Ahumada revela y replica
MIGUEL ÁNGEL GRANADOS CHAPA
11 Mayo 2009
Carlos Ahumada ejerce su Derecho de réplica, un libro que antes de empezar a circular, la semana pasada, generó muchas reacciones a partir de los anticipos ofrecidos por la prensa del DF. No sólo, como se desprende de su título, responde a las acusaciones de que fue objeto a partir de 2004, sino que relata sus andanzas en la vida pública a la que ingresó como financiero de políticos y partidos, especial pero no únicamente el PRD. Más allá de la cauda de nombres sobre los que lanza juicios sumarios que en todos los casos los deja en mala posición, y sin que él se lo propusiera porque no es un experto en el análisis del poder, lo que subyace en su texto es la profunda y por ello grave corrupción de la clase política, y el uso de los recursos del Estado en beneficio de intereses particulares.
Por supuesto, no es válido como él deseara medir con el mismo rasero a todos los involucrados en las páginas de su libro. Con frecuencia cita hechos concretos, fechados y circunstanciados que por ello parecen verosímiles. En otros casos se limita a manifestar su creencia de que, por ejemplo, Andrés Manuel López Obrador no podía ignorar los manejos económicos de René Bejarano, en un tiempo su secretario particular, y los financieros de Gustavo Ponce, secretario de Finanzas del Gobierno capitalino. En efecto, puede sonar contrario a la lógica el que el Jefe de ese Gobierno diga estar al margen de las maquinaciones punibles de sus colaboradores, pero Ahumada no cita un dato específico, pormenorizado, en que López Obrador obtuviera provecho de las andanzas de Bejarano y Ponce. Se trata las más de las veces de juicios a la ligera que emplea aún en el caso de personas de cuya amistad se ufana, como el rector de la Escuela Libre de Derecho, Ignacio Morales Lechuga. Tras citarlo como su enlace con Ramón Sosamontes, primer eslabón de la cadena del PRD con la que mantuvo tratos, Ahumada asegura que por ese camino obtuvo muchos contratos en la delegación de Iztapalapa, gobernada un tiempo por Sosamontes y, como “en todas sus gestiones, Nacho percibió por ésta sus honorarios correspondientes”. Y no se refiere a los que pudo devengar por el uso de su fe pública en relación con esos contratos el notario número 116 del Distrito Federal.
Además de ejercer su derecho de réplica, Ahumada se propuso lanzar revelaciones escandalosas. Paradójicamente, la más relevante de todas se refiere a hechos cuyo contorno era conocido desde los días en que ocurrían los sucesos referidos. Pero el testimonio de primera mano de Ahumada sobre la orquestación que hizo Carlos Salinas de la difusión de los videos (en que participaron Televisa y el Gobierno federal encabezado por Vicente Fox, a través de Diego Fernández de Cevallos) imprime al libro un particular interés.
Ahumada refiere media docena de encuentros con el ex Presidente, que lo buscó para conocerlo, a sabiendas de que el empresario estaba en disposición de dañar a López Obrador y de causar un serio quebranto político al Partido de la Revolución Democrática, que nació a partir del fraude que llevó a Salinas a la Presidencia, por lo que se convirtió en denuncia viva de su asalto al poder. El primer encuentro entre Ahumada y el ex Presidente ocurrió en agosto de 2003, en presencia y por intermediación de Juan Collado, un litigante muy activo en los juzgados penales, en la casa de Salinas en el DF. La segunda vez, en septiembre siguiente, el encuentro tuvo lugar en Londres, porque Rosario Robles, a quien Salinas tenía interés en ver, sólo accedió a hacerlo en el extranjero. Entonces se abordó el tema de la deuda del PRD, que había crecido bajo la presidencia de Robles, y de la que Ahumada estaba haciéndose cargo. “Salinas dijo que apoyaría en todo lo que pudiera para conseguir los recursos para pagarla, que hablaría con Roberto Andrade (sic, por Manuel) y Arturo Montiel, en ese entonces gobernadores de Tabasco y el Estado de México, y con Enrique Peña Nieto, quien en aquel entonces era prácticamente un desconocido a nivel nacional. También aseguró que vería el asunto con otros mandatarios estatales y con la maestra Elba Esther Gordillo, la líder del sindicato magisterial”.
Puesto que Ahumada era el principal acreedor del PRD, porque había hecho suya la deuda del partido con Televisa y había multiplicado sus entregas a no pocos dirigentes, de lo que se trataba en realidad era de reunir fondos para resarcirlo a él. En contraprestación, ofrecería los videos que en su propia oficina había grabado para registrar las dádivas que recibían los perredistas. En noviembre de 2003, en compañía de Robles, Ahumada llevó a Salinas las grabaciones a su casa Al dirigírse a la biblioteca para ver las que exhibían a Bejarano y Carlos Ímaz, Rosario se retrajo, pues “no quería nada que ver con ese tema. Su actitud era ridícula, ya que ella incluso había participado en la edición y selección del material”.
“Debo confesar, dice Ahumada, que durante el tiempo en que lo traté, nunca lo vi tan emocionado; le brillaban los ojos y sonreía. Dijo algo así como ‘Es muy, muy duro, devastador. Con esto están acabados’…había quedado totalmente complacido con la muestra que le había dado, tan es así que la reunión se alargó hasta las cinco de la mañana, acompañada de varias botellas de vino tinto que nos ofreció
Esa noche, para dar a saber su dominio sobre Televisa y TV Azteca dijo a sus visitantes: “Si quieren, ahorita le hablo al güey de Bernardo Gómez o al pendejo de Jorge Mendoza”
Por supuesto, no es válido como él deseara medir con el mismo rasero a todos los involucrados en las páginas de su libro. Con frecuencia cita hechos concretos, fechados y circunstanciados que por ello parecen verosímiles. En otros casos se limita a manifestar su creencia de que, por ejemplo, Andrés Manuel López Obrador no podía ignorar los manejos económicos de René Bejarano, en un tiempo su secretario particular, y los financieros de Gustavo Ponce, secretario de Finanzas del Gobierno capitalino. En efecto, puede sonar contrario a la lógica el que el Jefe de ese Gobierno diga estar al margen de las maquinaciones punibles de sus colaboradores, pero Ahumada no cita un dato específico, pormenorizado, en que López Obrador obtuviera provecho de las andanzas de Bejarano y Ponce. Se trata las más de las veces de juicios a la ligera que emplea aún en el caso de personas de cuya amistad se ufana, como el rector de la Escuela Libre de Derecho, Ignacio Morales Lechuga. Tras citarlo como su enlace con Ramón Sosamontes, primer eslabón de la cadena del PRD con la que mantuvo tratos, Ahumada asegura que por ese camino obtuvo muchos contratos en la delegación de Iztapalapa, gobernada un tiempo por Sosamontes y, como “en todas sus gestiones, Nacho percibió por ésta sus honorarios correspondientes”. Y no se refiere a los que pudo devengar por el uso de su fe pública en relación con esos contratos el notario número 116 del Distrito Federal.
Además de ejercer su derecho de réplica, Ahumada se propuso lanzar revelaciones escandalosas. Paradójicamente, la más relevante de todas se refiere a hechos cuyo contorno era conocido desde los días en que ocurrían los sucesos referidos. Pero el testimonio de primera mano de Ahumada sobre la orquestación que hizo Carlos Salinas de la difusión de los videos (en que participaron Televisa y el Gobierno federal encabezado por Vicente Fox, a través de Diego Fernández de Cevallos) imprime al libro un particular interés.
Ahumada refiere media docena de encuentros con el ex Presidente, que lo buscó para conocerlo, a sabiendas de que el empresario estaba en disposición de dañar a López Obrador y de causar un serio quebranto político al Partido de la Revolución Democrática, que nació a partir del fraude que llevó a Salinas a la Presidencia, por lo que se convirtió en denuncia viva de su asalto al poder. El primer encuentro entre Ahumada y el ex Presidente ocurrió en agosto de 2003, en presencia y por intermediación de Juan Collado, un litigante muy activo en los juzgados penales, en la casa de Salinas en el DF. La segunda vez, en septiembre siguiente, el encuentro tuvo lugar en Londres, porque Rosario Robles, a quien Salinas tenía interés en ver, sólo accedió a hacerlo en el extranjero. Entonces se abordó el tema de la deuda del PRD, que había crecido bajo la presidencia de Robles, y de la que Ahumada estaba haciéndose cargo. “Salinas dijo que apoyaría en todo lo que pudiera para conseguir los recursos para pagarla, que hablaría con Roberto Andrade (sic, por Manuel) y Arturo Montiel, en ese entonces gobernadores de Tabasco y el Estado de México, y con Enrique Peña Nieto, quien en aquel entonces era prácticamente un desconocido a nivel nacional. También aseguró que vería el asunto con otros mandatarios estatales y con la maestra Elba Esther Gordillo, la líder del sindicato magisterial”.
Puesto que Ahumada era el principal acreedor del PRD, porque había hecho suya la deuda del partido con Televisa y había multiplicado sus entregas a no pocos dirigentes, de lo que se trataba en realidad era de reunir fondos para resarcirlo a él. En contraprestación, ofrecería los videos que en su propia oficina había grabado para registrar las dádivas que recibían los perredistas. En noviembre de 2003, en compañía de Robles, Ahumada llevó a Salinas las grabaciones a su casa Al dirigírse a la biblioteca para ver las que exhibían a Bejarano y Carlos Ímaz, Rosario se retrajo, pues “no quería nada que ver con ese tema. Su actitud era ridícula, ya que ella incluso había participado en la edición y selección del material”.
“Debo confesar, dice Ahumada, que durante el tiempo en que lo traté, nunca lo vi tan emocionado; le brillaban los ojos y sonreía. Dijo algo así como ‘Es muy, muy duro, devastador. Con esto están acabados’…había quedado totalmente complacido con la muestra que le había dado, tan es así que la reunión se alargó hasta las cinco de la mañana, acompañada de varias botellas de vino tinto que nos ofreció
Esa noche, para dar a saber su dominio sobre Televisa y TV Azteca dijo a sus visitantes: “Si quieren, ahorita le hablo al güey de Bernardo Gómez o al pendejo de Jorge Mendoza”
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